Quiero que me odies

28/12/07

Eh estoy de vuelta en el blog, perdón por abandonarlo tanto....
Al final me senté y pasé este intento de escrito, que lo disfruten! (o no)
Como siempre, mis escritos no se explican, no se pregunta nada. Diganme, si les gusta, que sentido le encuentran, pero solamente yo voy a saber de donde salió esto. Y para mi abuelo, si no quiere leer la historieta no la lea, no la comente pero no se la pienso explicar... me ha costado muchisimo subirla para que me diga eso.

Quiero que me odies
A veces me sorprendo al mirar al pasado y comprender lo idiotas que fuimos.
Otras veces simplemente me pregunto si realmente valió la pena dejar que nuestras almas hicieran su voluntad.
Cuando te veo, amor, me asalta la duda de si lo que la vil razón me dictó hacer fue lo correcto, si mis accciones no fueron terriblemnente injustas con tu inocente corazón…..
Y es que por tener la calma de saber que tus labios no perdieran su color, que tu rostro siempre fuera igual de tibio, que tu corazón latiera siempre con la misma intensidad, olvidé lo mucho que amaba tu sonrisa y descuidé el bienestar de tu alma.
¿Respirás aún? ¿Comes, bebes? ¿Duermes bien? ¿Tu cuerpo de cristal está ileso? Y nunca más supe de tu alma y tu sonrisa.
Por eso, amor, me pregunto hoy si no habré sido horriblemente cruel con tus ojos enamorados.
Perdóname, amor. Perdóname por todo.
Perdóname para seguir viviendo.

A veces un escalofrío invisible recorre mi espalda cargada de culpa cuando recuerdo lo mucho que me amabas.
Otras veces sin darme cuenta renace en mi la locura que tu lograste despertar.
Cuando te recuerdo, amor, la culpa me devora por dentro, la razón abandona mi ser, el dolor carcome los retazos de mi alma. Y puedo escuchar, oh sí, tan real es mi recuerdo, tan vívida mi memoria de ti, tan fuertes los lazos que nos atan, puedo escuchar tu voz en mi oído….. “No me dejes nunca.”
Y es que por tenerme cerca, por poder tocarme, lo tiraste todo al abismo. Te arrojaste a la oscuridad desconocida. Asesinaste todo lo que para tí era sagrado.
¿Me quieres? ¿Me amas? ¿Lo dejarías todo por mí? ¿Existe otro pensamiento en tu mente o hasta en los más oscuros y perdidos rincones está escrito mi nombre?
Y tú me contestabas con todo lo que quería oír.
Por eso, amor, me pregunto hoy si no hubiera sido mejor atravesar tu corazón con el frío acero de un puñal que romperlo en mil pedazos con una despedida.
Déjalo, amor. Déjalo todo por mí.
Déjalo todo para seguir viviendo.

A veces siento el fuego que jamás se extinguió en mi alma reflejándose en tus ojos fríos.
Otras veces no me quedan más que certezas sobre tu rencor hacia mí, sobre tu resentimiento escondido, sobre tu desprecio camuflado en indiferencia.
Cuando te tengo cerca, amor, un extraño torbellino de emociones me invade, me confunde, me extravía. Y al final me quedo completamente a solas con mi única verdad, con mi única certeza: te amo. No sé por qué, pero sé que te amo, que nací para amarte y al final es la razón quien se impone y me alejo de ti para protegerte con mi distancia, para ya no hacerte daño con mi ausencia presente.
Y es que por no hacerte daño, te destruí. Por protegerte, te asesiné. Por alejarme, sólo me acerqué más.
¿Me perdonarías? ¿Me amas aún? ¿Me crees capaz de amarte? ¿Me darías otra oportunidad?
Y sólo obtengo silencio como respuesta a esas preguntas no formuladas. Sólo tu mirada fría, pero que, a veces, se enciende.
Por eso, amor, es que pido tu piedad, y te imploro:
Ámame, amor. Ámame con todo tu ser.
Ámame para seguir viviendo.

A veces siento que nada me gustaría más que tomarte por el cuello y rogarte a gritos que me olvides, que me borres, que me arranques de tu corazón, que asesines tu memoria de mí, que elimines mi nombre de tu alma.
Otras veces sólo quiero abrazarte y murmurar en tu oído, suplicarte piedad, implorarte que jamás se muera en ti ese sentimiento que desperté hace ya tanos años con un simple e inocente beso.
Cuando pienso, amor, en el daño que te hice, siento deseos de olvidarme a mí mismo, de arrancarte de mí, de nunca más tener que ver tu mirada suplicante, de no tener que oír tu voz desesperada:

“Si alguna vez te cansas de mí y quieres dejarme, mátame primero. Mátame para así no sufrir tu rechazo. Mátame porque prefiero morir sabiendo que me amas, aunque sea la más cruel de las mentiras. Mátame, porque si tu amor por mí no dura eternamente, en cuanto este muera, también quiero morir yo.”
Y es que por protegerte pretendí que me olvidaras, que de lo nuestro y de mi amor, no guardaras ningún recuerdo. Sólo quería que en tu alma hubiera paz, que tus ojos descansaran, que tu sonrisa no se desvaneciera jamás, que tu belleza se mantuviera intacta y por siempre pura.
Esa belleza que me embelesó, que me hipnotizó, que me robó la cordura. tan perfecta e irreal que solamente estar en su presencia, solamente ser testigo de tan blanca y casta criatura era como tocar el Cielo con las manos. Y mis ojos se sentían enceguecidos por tanta luz, indignos de contemplarte.
¿Por qué no me olvidaste? Después de todo, ¿Qué pudo ver un ángel como tú en un demonio como yo? ¿Por qué tú que eres una criatura que respira paz sufres por mí, que sólo existo gracias a las tinieblas? ¿Por qué alguien que fue hecho de retazos de luz no puede dejar ir a un monstruo que se alimenta de la sangre de inocentes, de la Muerte y la Desesperación? ¿Por qué tu corazón hoy, igual que antes, se sigue aferrando a lo imposible, amor?
Por eso, amor, ahora más que nunca, quiero que me olvides, que arranques de tu cuerpo a mi recuerdo infiel, que en tu alma ya no quede nada de los momentos que compartimos, las palabras que dijimos. Que se las lleve el viento, amor, te ruego, olvídame.
Olvídame, amor. Olvídalo todo.
Olvídame para seguir viviendo.

Porque de todas esas veces en las que me sorprendo al comprender lo idiotas que fuimos, en las que la culpa me sofoca al recordar lo mucho que me amabas, en las que el fuego de tu mirada parece renacer y quemarme, y en las que me gustaría gritarte que me olvides me quedo con las veces en las que sólo ruego que me odies, que me desprecies, que me aborrezcas.
Y no hay otra vez, pues el sentimiento se apodera de mí. Y no quiero dejar nunca más que mi alma haga su voluntad, ni quiero dejar que la locura que despiertas en mí renazca, sólo quiero tener la certeza y seguridad de que me resientes, de que me detestas, y lo único que quiero murmurar en tu oído son palabras de odio y rencor.
Cuando pienso, amor, en lo fácil que es odiarme, en lo natural e innato de este sentimiento de desprecio mutuo, de este rencor disfrazado, la perspectiva de odiarte es demasiado seductora, terriblemente tentadora, completamente fatal.
Quiero odiarte, quiero sucumbir ante la irregularidad de tus inventados defectos. Quiero darle la espalda a la inmensidad de tu luz para clavar la mirada en lo más negro de tu alma. Quiero olvidar a la criatura inocente y dulce que encontré bañada en lágrimas en un bosque abandonada y sola y sólo poder ver lo que eres ahora, lo que mi ausencia causó en ti, lo que te he hecho.
Y quiero que me odies. Quiero al vernos sentir deseos de arrancarte la piel, de torturarte, de verte sufrir, de matarte, y no de acariciarte, protegerte, verte sonreír en mis brazos y amarte.
Sólo Dios sabe lo que daría por poder odiarte.
Quiero que odies mi rostro, aunque jamás pueda yo olvidar el tuyo, quiero que odies mi nombre, aunque el tuyo esté tatuado en mi alma por siempre, quiero que odies mis ojos, aunque los tuyos me persigan hasta en sueños, y quiero que odies todo de mí, aunque a tí yo sólo pueda amarte.
Y es que sólo odiándome te salvarás, amor. Sólo odiándome te sentirás en paz. Sólo odiándome evitarás que te dañe más.
Si me amas, te sentirás culpable. Si me amas, no tendré más remedio que amarte. Si me amas, sufrirás en mis brazos otra vez. Si me amas, sólo verás dolor, tristeza y soledad.
Ódiame, entonces, hártate de odiarme. Yo te odiaré también, o al menos fingiré odiarte y olvidaremos el pasado. Desde hoy, amor, eres mi némesis, te odiaré con toda el alma. Desde hoy, somos enemigos.
¿No me detestas por lo que te hice, acaso? ¿no crees que odiarme es más fácil que amarme? ¿No te sientes a salvo cuando te escudas en tu odio hacia mí?
Por eso, amor, te ruego y ordeno también.
Odiémonos. Peleemos como si no hubiera un mañana. Los labios que besaban y dedicaban palabras de amor, que ahora sólo murmuren rencores. Las manos que acariciaban, abrazaban y tocaban, que ahora sólo sirvan para causar dolor, muerte y sufrimiento.
Ódiame, amor. Ódiame por todo.
Escúdate y protégete de mi maldad.
Nunca, nunca, nunca me permitas, nunca me des la oportunidad de amarte de nuevo, de volverte a lastimar.
No me dejes acercarme a ti, ódiame con el alma
Ódiame para seguir viviendo.

JuliaAlex

3 comentarios (click y dejá el tuyo):

Anónimo dijo...

Lo acabo de imprimer, llego a casa de tu tía, lo leo y después te firmo de nuevo

Anónimo dijo...

Ya lo leí, pero no estoy de acuerdo contigo Julia Alex, cuando pides el ODIO, porque el ODIO es causal de sufrimiento al igual que el AMOR.
Si concuerdo cuando pides OLVIDO, porque ni siquiera el PERDÓN lleva serenidad al espíritu, tan solo el OLVIDO proporciona la paz.

May dijo...

Sabias palabras!
Pero ya sabe lo que dicen...
El odio es por mucho el mayor de los placeres. El hombre ama con prisa, pero odia con paciencia...

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